La muerte está en todos sitios.
Para empezar, en todos los microbios muertos a tu alrededor; en todo tu esqueleto en tu interior.
Está dentro.
La muerte está en todos sitios.
Incluso en el teatro.
Está en todos sitios. Más incluso que el teatro.
Está dentro.
Muchos quieren saber cosas de la muerte y no miran dentro de sí. Muchos tienen miedo de la muerte y no se dan cuenta de que al mismo tiempo se están temiendo a sí mismos.
La muerte hay que mirarla cara a cara. Es tan fácil como mirarse en un espejo. O, narcisos, en la superficie de un lago. Eso hizo Ophelia cuando abandonó su cuerpo de papel, enfrentarse a su propia muerte y descubrir su nueva vida. Su resurrección virtual. Su renacimiento (y su Barroco, y su Edad Media...). El teatro mira su muerte. Tan traída y tan llevada, o al menos su agonía. Su crisis, esa palabra hoy día tan en crisis, en sí misma. Y lo que ve es que la muerte le ha estado acompañando desde siempre. Como a nosotros. Como a todos. Y ve todas sus pequeñas muertes, en todas sus grandes tragedias. Y la propia muerte de la tragedia, tan traída y tan llevada. Y como en la muerte de algunos de sus géneros (como la commedia dell’arte que murió y se hizo inmortal cuando fue escrita) la muerte del teatro es simplemente su renovación. Ave fénix continuamente resurrecta. Inmortal, así es el teatro. Completamente incompatibles, muerte y teatro. Por eso sólo se puede hablar de las que éste enseña.
Pero Ophelia no puede acoger en su seno ahogado todas las muertes que han sido y serán; eso sí, tratará de llevarnos con ella a ver la figura inmortal de la muerte a lo largo del tiempo, sus ritos, sus testimonios y sus testamentos, su localización, su imagen y su palabra...
----------- Sergio Herrero
_________________ OPHELIA, revista de teatro y otras artes
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