Desde los testimonios teatrales más antiguos que conocemos, el teatro y la poesía han venido unidos por la palabra y la escena. La escritura en verso, fruto de la preocupación por el cuidado de la palabra y por ayudar a los actores con su memoria, acompaña al teatro desde su nacimiento como arte. Pero también, desde el primer recital de poesía, fuera éste como quiera que fuese, se cumplía el requisito mínimo para que exista el teatro: un actor y un público. Y hasta un guión. Incluso los primeros escritos teóricos al respecto, así lo evidencian: no en vano llevan el nombre de «poética»; y no es de extrañar, pues, que a los dramaturgos en los Siglos de Oro se les denominase «poetas» o que grandes poetas hayan sido dramaturgos, y viceversa.
Desde la concepción más contemporánea del arte, en que se intentan romper o mezclar géneros, transgredirlos, la poesía actual parece querer salir a escena más que nunca, empaparse de lo efímero del teatro, y ser acción. Recuperar su oralidad, aunque a menudo de la palabra sólo quiere mostrar su ritmo y su sonido (incluso hasta hacerse música) o su silencio (la danza, por su abstracción, cada día parece ser lo más cercano actualmente a la poesía; o, como dos no se acercan si uno no quiere, bien podemos usar nuevamente esta palabra: viceversa).
Desde Ophelia queremos reflexionar sobre todo ello, y recoger lo que los poetas de hoy quieran aportar al respecto de lo que (les) está pasando sobre la escena. Y que los actores puedan dejar una huella al respecto de sus nuevas poéticas. O viceversa.