Limpio como el sol y la lluvia
Compulsión
Descenso/capricho es una pieza de danza que se creó en 2004 para “Mapamundi: un recorrido por el paisaje interior del coreógrafo”, una invitación de Laura Kumin a la colaboración entre varios creadores. En ella, Guillermo Weickert exhibe una gran calidad de movimiento, que parte siempre de las articulaciones, de la distribución del peso, de alguna extremidad o del objeto, cuando se utiliza —micrófono, martillo o huevo— como extensión del cuerpo. Esto, que puede resultar una obviedad, o algo básico en la danza contemporánea, queda a veces relegado a favor de movimientos mucho menos orgánicos, y evidenciarlo del modo en que lo hace, partiendo del silencio, es ejemplarmente bello. Desde la biografía, se manejan conceptos como el miedo o el frío, pero el temblor procede de la risa o la voz. Hay una compulsión controlada en su cuerpo, una energía vibrante, sin posibilidad de distracción. La colaboración con el videoartista Octavio Iturbe hace que la utilización del vídeo no rompa el hecho escénico y la visión de esas insólitas localizaciones ahonde en la pantanosa memoria y el descenso involucre. La imagen del hundimiento en el estanque es de una poesía imborrable.
Cuando el cuerpo habla
Material inflamable, la pieza que completa la sesión que Weickert nos ofrece en la sala Pradillo estos días, no hace sino zambullirse en ese mundo personal que se nos ha revelado en la pieza anterior. En el escenario, igualmente despojado, su presencia, incluso cuando la inmensidad parece atraparle, es hermosa al mostrarse vulnerable, frágil. Así transcurre esta pieza entre la muestra de destrezas (incluso interpretativas, en la reconstrucción de una escena de El resplandor descontextualizada en pelea de pareja) y el trabajo más íntimo en el detalle. Así como el trabajo con el espacio físico potencia la presencia, el espacio sonoro, inexplicablemente no destacado en los créditos, subraya la poesía: poco a poco se va construyendo, a partir del silencio, y complementa el movimiento, a veces acompasándose de modo natural, sin doblegarlo. Todo ello matizado con una luz limpia, que crea un ambiente industrial y amplía el escenario. Una luz que toma especial relevancia cuando se segmenta, dura, marcando caminos o, apoyada en el único objeto presente en el escenario, una tela dorada, se vuelve un haz sólido, que acaba dispersándose en un fuerte reflejo hacia el público. Un objeto omnipresente, dispuesto inicialmente como unas alas sobre el suelo, para acabar desplegado en este vuelo ascendente. Y por encima de todo esto, el cuerpo habla, un cuerpo con apariencia cotidiana y precisión hermosa, despojándose de su propia máscara, limpiándose, con la implicación visceral de quien lava pescado. Promete ser muy interesante la posibilidad que nos deja abierta de encontrárnoslo más adelante en el recorrido de esta pieza de renovación interna.
----------- Sergio Herrero
_________________ OPHELIA, revista de teatro y otras artes
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