Famélicos
Un montón de ropa, una mujer y un montón de ropa, una mujer, sus recuerdos, un montón de ropa… un montón de ropa.
Harapos formando una montaña, un cerro de recuerdos y un hato de heridas, algunas cerradas, otras sangrando, algunas otras ocultas por nuevas heridas.
Esto es Famélicos, un impresionante texto de Juan Claudio Burgos: una mujer se desnuda de recuerdos, los vomita y no se siente mejor después, su vida es un montón de jirones y el público es consciente de ello desde el primer momento.
Se puede decir que Famélicos nos toca a todos, habla de un tema de actualidad, los malos tratos, pero habla de mucho más, de la opresión, de la claustrofobia, del grito que se queda atrapado en la garganta y no termina de salir. El texto es muy hermoso, muy poético, como es la literatura de Burgos, y muy visceral, otra de las características de su dramaturgia.
En cuanto a las actrices, dos mujeres interpretando el mismo personaje, pecho y espalda, acción y pausa. Tanto Paulina Chamorro como María Imperio Robles hacen un trabajo estupendo, creíble y con fuerza, como si fuera fácil habida cuenta de la dificultad para el actor del teatro de Juan Claudio Burgos, un teatro vomitado, sin acotaciones, un teatro como el funambulismo sin red.
También impresionó bastante a este espectador la escenografía, parca, sencilla y sugerente; no puedo imaginarme ya Famélicos sin ese montón de ropa ocupando casi la mitad de la escena, una atmósfera claustrofóbica en cuyo diseño ocupa un preferente lugar el vídeo de Patricia Rivera, tan hermoso y punzante como el cine del genial loco de la película El Arrebato de Iván Zuloaga.
Si hay que hacer una crítica negativa al espectáculo se hace, no va a ser todo elogios, y aunque me cuesta trabajo, quizás lo que se echa de menos es una dirección más enérgica, más arriesgada, sirva como ejemplo esta idea: en un momento determinado las actrices arrojan la ropa al público, pero con miedo, como sin querer arrojarla, de hecho no llega a caer ni una prenda al respetable; a este humilde crítico le hubiera gustado que le cayera algo encima (estaba sentado en la primera fila) como una bofetada de realidad.
Unas últimas palabras para el texto de Juan Claudio Burgos, menos hermético que otros, menos poético, igual de hermoso: una suerte escuchar y asistir a espectáculos donde el espectador se sienta partícipe de lo que ocurre en escena. Como dice Suzanne Lebeau, «el poder del teatro bueno es la conmoción, no la convicción», y Famélicos es buen teatro.
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Tomás Gaviro
_________________ OPHELIA, revista de teatro y otras artes
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