Parece que no solo muchos de nosotros habíamos caido en un extraño silencio en torno al Vanya de Veronese, también los críticos. A nosotros nos salvó la excepción -gracias por hablar en nombre de tantos, Belén-, la posibilidad que muchos tuvimos de hacerle los comentarios personalmente a Osmar Nuñez -inolvidable Vanya, inolvidable Osmar- y otros motivos (conmoción, catarsis...gracias por condensarla en tu breve comentario, Domingo). Pero, ¿y los críticos? ¿Estaban también en un silencio catártico o era otra vez más "impericia", en la que incluyo también su indiferencia por lo excelso?
Después de leer la crítica que hace hoy Marcos Ordóñez en el Babelia, me quedo más tranquila: parece que, afortunadamente, era lo primero...
La crítica tiene dos partes, una referida a Espía a una mujer que se mata, y la otra al Gran Inquisidor de Brook, ambas bajo el título de Puro Teatro. Copio solo la primera, al hilo de este hilo del foro...Podéis leer la crítica entera en
http://www.elpais.com/articulo/arte/Ver ... rt_10/Tes/
PURO TEATRO
Veronese & Brook
Marcos Ordóñez
BABELIA - 01-12-2007
1.- Espía a una mujer que se mata, de Daniel Veronese, en Cuarta Pared, otra gema del Festival de Otoño, es Tío Vania reconcentrado y en estado de permanente incandescencia, mucho más áspero que su reinvención de Las tres hermanas (dos semanas llenando en el Lliure, por cierto). El espacio, un ángulo mugriento y sin escapatoria, es el mismo de Mujeres soñaron caballos. De hecho, empieza como su última escena: un hombre maduro, una muchacha y una pistola entre ambos, sólo que aquí son Serebriakov y su hija Sonia. No discuten de fincas y ausencias sino de teatro; sus vicios, sus modas banales, sus poéticas olvidadas. Serebriakov es un investigador escénico; un Treplev envejecido, vendido, pero con relámpagos de su antiguo genio: las amarguras pomposas alternan con las grandes verdades. Sonia es una loca de amor, y todos se burlan de su romanticismo adolescente y enfermizo. Vania es un narciso fracasado, siempre al borde de la detonación pero con el arma encasquillada, resentido hasta la médula contra Serebriakov, al que culpa de lo que no pudo o no se atrevió a ser. Astrov es un idealista convertido en falso cínico. Los dos beben hectólitros de vodka, recitan frases en las que ya no creen ("la vida es la lucha por la liberación de la belleza") y juegan a interpretar una obra de Ostrovski que resulta ser Las criadas: son esclavos de una dama letal y dominante, llámese Señorita Tiempo, Madame la Mort o simplemente Elena, Elena Andreievna, la criatura más inteligente, seductora, manipuladora y cobarde de la función. No le va a la zaga en omnisciencia la criada Marina, criatura andrógina, mitad fool mitad maga, que asiste y sustenta a todos los personajes. Frente al viejo cliché de un Chéjov lánguido, Veronese impone una hiperactividad angustiada y pasional en pos de una felicidad imposible: tedio existencial a un ritmo vertiginoso. Los actores van directos al nervio, a la carne viva. No hay silencios ni pausas ni reposo: todo son puntos álgidos, choques, conflictos. Conversaciones montadas, entrecruzadas, con el frenesí de las moscas atrapadas en una caja de espejos. Ultrarrealismo y distancia brechtiana en el mejor sentido: somos actores, parecen decirnos, entrando y saliendo de nuestros personajes. Pero cómo entran y cómo salen: sólo un metal extraterrestre se calentaría tan rápido. Grandes escenas: el careo entre Astrov y Elena, pura verdad, pura fuerza, y el retorno al yugo de Vania y su sobrina. No se puede interpretar mejor. Les diría quién es quién, y cómo recuerdan, en lo más profundo, Vania a un joven John Goodman y Elena a Julianne Moore, pero el programa no indica reparto. Ellas y ellos son los extraordinarios Osmar Núñez, María Figueras, Marcelo Subiotto, Fernando Llosa, Silvina Sabater, Marta Lubos, Mara Bestelli. Enorme montaje.