Aure Catena en el cielo de Madrid
Lluvia, mucha lluvia, y bajo una fría noche, cientos de transeúntes ataviados con paraguas que recorren las calles del centro de Madrid en busca de las notas provenientes de los campanarios de las iglesias. Inevitablemente viene a mi memoria la escena de Tierras de cristal de Alessandro Baricco en la que Pekisch, exaltado, se lanza a la calle en medio de la noche en busca de aquella nota que no existe en su piano, aquella que se le transmite gracias a las miles gotas de lluvia que amplifican el sonido de la campana de su iglesia.
Y es que un concierto de estas características no tiene lugar todos los días. Con motivo de la celebración de la III Semana de la Arquitectura el maestro valenciano Llorenç Barber, junto con la colaboración de alumnos de la Universidad Francisco de Vitoria, diseñó un paisaje sonoro que tuvo como protagonista las 109 campanas de las que disponen los edificios más emblemáticos del Madrid de los Austrias.
Concebida como una experiencia participativa, el concierto se ideó de forma que cada asistente se tuviera que desplazar por las calles para poder desentramar el diálogo que se estaba produciendo en las alturas. De esta forma, cada espectador había de procurarse a su alrededor pequeños espacios abiertos de atención y calma en el que las soluciones encontradas al enigma siempre eran susceptibles de modificarse dos pasos más allá.
Una actitud de escucha diferente, un gozar de lo distinto que abre las puertas de la sensibilidad y de una memoria que trae al presente esos viejos tesoros llenos de polvo, visiones y ecos de otras épocas, sonidos de la historia.
Y como guinda del pastel, en la Plaza de Oriente se instaló un bosque sonoro conformado por una suerte de largas varas metálicas coronadas con campanas de diferentes alturas sonoras para que todos y cada uno de nosotros pudiésemos interpretar nuestro propio concierto, añadiendo nuestra propia visión a conjunto sonoro general. Y entre la paleta de mélos posibles, la risa. Carcajadas de felicidad de hombres convertidos de nuevo en niños que juegan a componer.
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Roberto Pérez Gayo
_________________ OPHELIA, revista de teatro y otras artes
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