El mirón
Tan sólo la desaparición de las butacas, ya es algo interesante en cualquier espectáculo. La transformación del escenario a la italiana para ofrecer una nueva visión entre espectáculo y espectador supone un punto de atención porque algo va a pasar.
Si la acción ya ha empezado en escena y recibe a los espectadores en la sala, el que mira tiene otra disposición ante lo que es mirado. Se está asistiendo a una intimidad a la que se nos permite asomarse, y eso es una oportunidad que raras veces surge.
La intimidad de dos mujeres físicamente pegadas es un punto de partida interesante para el desarrollo de la acción del espectáculo. El espectador consigue estar interesado, ya que la puesta en escena le ha invitado a participar del ritual de ambas mujeres. Pero el desarrollo de la acción no llega nunca a producirse, de tal forma que el que mira se ve reducido a un simple voyeur que asiste a una rutina de cuerpos en desorden, reiteraciones y ralentización.
Algunas imágenes son hermosas, como el enterramiento de la pareja o los cuidados que se ofrecen la una a la otra, pero estas acciones no se dejan evolucionar, para ver hasta donde hubieran podido llevar a los dos personajes. Se producen rupturas bruscas y lentas transiciones, que desubican al espectador, hasta no distinguir las coordenadas en las que se mueve el espectáculo. Así, el que mira se acaba convirtiendo en un elemento pasivo que no participa de lo que ocurre en escena.
Una propuesta que, llevada a sus últimas consecuencias, hubiera sido más estimulante, pero que al menos cuenta con los elementos necesarios para poder experimentar en esta línea de trabajo de Elena Córdoba.
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Arianna Fernández
_________________ OPHELIA, revista de teatro y otras artes
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