Se precisa magia
Vemos al entrar al teatro un espacio muy sugerente lleno de telas blancas y una mujer que cuelga trapos recién lavados. Sobre una mesa, un plato con sopa. La lavandera se acerca, crea un conjuro que mágicamente hace que la sopa se caliente y eche humo. Un músico toca un extraño instrumento que provoca maravillosos sonidos. Ese momento de magia, que considero fundamental para cualquier pieza, acaba aquí, para dar paso a una obra que, aunque tiene la intención de hablar de los conflictos interiores de un niño, se queda en su superficie. Todos los personajes (niño, padre, madre, profesor, lavandera, doctor, etc.) son interpretados por una actriz y un músico, lo que les limita a ellos y nos confunde a todos. Este es el gran problema de los repartos pobres para sacarles beneficios a las campañas escolares. Beneficios económicos a corto plazo, quiero decir. Intentan hacer esta duplicidad en el reparto en algunos casos apoyados por zapatos convertidos en personajes, pero no son ni sugerentes (¿por qué zapatos si lo único que muestran es la suela con unos ojos y una boca? ¿no sería más interesante en sí mismos el zapato de un padre, la zapatilla de una madre?) ni están bien manipulados. Ni el trabajo corporal, ni vocal, ni interpretativo crean la metáfora de la representación. Los niños en el público empiezan a aburrirse, y a mi lado uno dice que quiere irse a casa a jugar a la play. Acaba la obra en estas extrañas circunstancias y los actores les dicen a los niños que suban al escenario. Comienza entonces la obra para ellos, y por supuesto, todos quieren ver cómo la sopa echa humo. ¿Por qué no empezaron por ahí? Los niños ya saben que sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio.
-----------
Domingo Ortega
_________________ OPHELIA, revista de teatro y otras artes
|