RENOVARSE O MORIR
(O envejecer por el camino de en medio.
La tercera vía inevitable)

Lo que llamáis morir es acabar de vivir
y lo que llamáis nacer es empezar a morir
y lo que llamáis vivir es morir viviendo.
(Francisco de Quevedo, El sueño de la muerte)



En este tiempo de reformas donde la memoria parece soterrarse bajo el nuevo decorado de vulgaridad bienpensante de los nuevos ricos, la belleza de lo viejo siempre guarda una emoción, una historia, una memoria, en definitiva, a veces incómoda, a menudo aún viva y siempre fascinante.
La vejez es memoria. Memoria presente, aún viva, puesto que el pasado es tiempo ya muerto. Mientras la memoria está viva lo recordado existe.
Y estos son elementos con los que el teatro juega constantemente, desde el escenario, desde el patio de butacas, o desde ese espacio indefinido donde ambos se unen, ese lugar imposible que el teatro lleva buscando ya hace más de un siglo. Emoción, historia, memoria, espacio y tiempo.
La vejez es tiempo, que cae sobre nosotros pero él no envejece. Es el fin del crecimiento, de una progresión, el resultado de la vida, el desenlace del conflicto, la consumación del ser en potencia, el acto, el final de la vía.
Hoy día, gran parte de la sociedad se mueve también en un espacio indefinido, virtual, donde todo está por hacerse mientras crece a ojos vista de los internautas. En ese espacio Ophelia, renovada, despojada del papel como un texto teatral en manos de un actor en un ensayo, muestra en un work in progress este primer número virtual, el octavo en la cuenta total que mantenemos para no olvidar el pasado que le hace envejecer como a un ser vivo.
La muerte es inevitable, la vejez sólo se evita con la anterior. Como mucho, puede reformarse o disimularse. Apuntalar la vía y lustrar los raíles no implica alargar el camino ni que en las postrimerías el ánimo vaya a alimentarse con un mejor paisaje. Nos asusta y nos atrae la última estación, abandonada. Por eso mucho prefieren soñar que el viaje continuará. Por si acaso no sigue, lo mejor es plantearse vivir una vejez de mariposas azules en el cabello.
Ophelia se muestra como nueva pero hablando de lo antiguo porque sin ello no puede existir lo nuevo: reconocer lo viejo es pisar terreno firme, aunque sea para aprender a bucear en la materia oscura y amniótica del ingrávido mundo de lo no tangible.
¿La vejez es acercarse a la muerte? Quevedo, en La cuna y la sepultura (el título lo dice todo) nos recuerda que el trayecto es algo más amplio: «Es la vida un dolor en que se empieza el de la muerte, que dura mientras dura ella. A la par empiezas a nacer y a morir y no es en tu mano detener las horas; y si fueses cuerdo, no lo habrías de desear. Antes empiezas a morir que sepas que cosa es vida y vives sin gastar de ella, porque se anticipan las lágrimas a la razón». Es decir, siempre nos acercamos a la muerte; la vejez es estar más cerca (y eventualmente, haberla esquivado antes).
La muerte es inevitable. Y nos ronda desde nuestra infancia de papel. Por eso habremos de encontrarnos con ella como tema para nuestro próximo número. Eso sí, con ánimo de seguir más allá.
La vejez es llegar a ser «un fue, un seré y un es cansado». Llegar a ser.

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Sergio Herrero

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OPHELIA, revista de teatro y otras artes